La Metafísica en Mariátegui y la personificación del Mito revolucionario
(Esbozo)
''La fuerza de los revolucionarios no está en su ciencia; está en su fe, en su pasión, en su voluntad. Es una fuerza religiosa, mística, espiritual. Es la fuerza del Mito''
1. La Metafísica en Mariátegui
''Todas las investigaciones de la inteligencia contemporánea - nos dice Mariátegui en su artículo ''El Hombre y el Mito'' - de la crisis mundial desembocan en esta unánime conclusión: la civilización burguesa sufre la falta de un mito, de una fe, de una esperanza. Falta que es la expresión de su quiebre material'' (MARIÁTEGUI 1970: pág. 18).
Contraria a todas las pretensiones de motejarlo de idealista a la ''luz'' de este artículo, vemos acá que Mariátegui asume una concepción materialista; ya que para entender la génesis de la decadencia del mundo capitalista, el Amauta, parte de la materia. Afirma que la falta de un mito en la burguesía no es sino el reflejo de su quiebre real y objetivo. Más adelante nos dirá que la burguesía, hoy en el ocaso, abrazaba grandes ideales en su etapa revolucionaria, en su época de ascenso al poder político y su lucha a muerte contra la vieja sociedad feudal. Enarbolaba sus propios mitos. Colocó, durante algún tiempo, ''en el retablo de los dioses muertos, a la Razón y a la Ciencia'' (1970: pág. 18). Esta Razón y esta Ciencia, nos dice, no han podido llenar la necesidad de infinito que necesita el hombre; más al contrario, se han encargado de demostrar que ella no les basta. En su época revolucionaria, la burguesía hablaba de una razón absoluta, hablaba de la Justicia, de la Igualdad, de la Democracia; hablaba de todo esto a secas, enfatizando la pureza de estas promesas, con el mismo ahínco y la misma pedantería con la que hoy muchos de nuestros catedráticos hablan; pero esta misma clase, ha renegado de los mitos que abrazó en su contexto de clase avanzada y constructora de lo nuevo. Cogió todos éstos mitos y los metió a la hoguera del olvido. Hoy solo queda el intermitente eco que nos trae el viento en el que se perdieron sus cenizas. Pero, detengámonos un momento en el tema de la ''Democracia''; el Amauta tiene un artículo al respecto. En el nos habla inicialmente del ''antiguo dualismo de la esencia y la forma''; del espíritu (idea) y el cuerpo. Frente a los fautores que postulan que la crisis de la democracia es tan solo la crisis de su forma, de su corporeidad, más no de su espíritu; nos dice que la idea y la forma están concatenadas indisolublemente; que la forma no sino la realización de la idea, que no es ''posible renegar la expresión y corporeidad de una idea sin renegar la misma idea. La forma representa lo que la idea animadora vale práctica y concretamente'' (1970: pág. 31). La democracia, ha sido concebida desde sus inicios, como democracia pura, abstracta. Esa a sido la idea, la esencia de la democracia. Sin embargo, es en su manifestación que se ha visto que la pureza de esta democracia no sido sino una atribución romántica. Es en su realización que se ve su sello de clase. La idea de la democracia no sido más que la idea de la democracia burguesa; su realización entonces hoy nos revela su real naturaleza. Esto es lo que constata la crisis de su espíritu. ''La palabra democracia no sirve ya para designar la idea abstracta de la democracia pura, sino para designar el Estado demo-liberal-burgués. La democracia de los demócratas contemporáneos es la democracia capitalista'' (1970: pág. 32). La crisis de la democracia burguesa; crisis desmantelada por sus frustradas pretensiones utópicas, augura un nuevo tipo de democracia: la democracia obrera, que no es sino la dictadura del proletariado.
Mariátegui nos dice que el hombre, por naturaleza, es un animal metafísico. ''Tiene la urgencia de satisfacer su sed de infinito y de eternidad'' (1970: pág. 20). Esto conduce al hombre a ''la perentoria necesidad de un mito'', de una verdad absoluta; a la impotente necesidad de una fe, de una esperanza. El hombre no se contenta con el escepticismo; esto le parece infecundo. Necesita creer. Pero este creer, considera Mariátegui, debe estar intrínsecamente ligada con la acción, con la práctica. Nos dice: ''hay que proponerle [al hombre] una fe, un mito, un acción'' (1970: pág. 21). Este mito, esta fe, y su articulación indisoluble con la praxis, nos dice, tiene que ser realmente nueva, haciendo referencia al fascismo, que se atribuía un espíritu medioeval y a la vez moderno; que ponía sobre la palestra una mescolanza amorfa de ideales caducos. ''Cada época quiere tener una intuición propia del mundo. Nada más estéril que pretender reanimar un mito extinto'' (1970: pág. 21). Tales mitos, al igual que el escepticismo, no pueden sino caer en el abismo de la infertilidad. Retomando lo mencionado al inicio; Mariátegui afirma que la burguesía está exenta de un mito, esto debido a su quiebre material. Más al contrario, el proletario, tiene un mito; es la única clase que en este contexto les ofrece a las grandes multitudes ''un mito, una fe, una acción'' que no solo pueda saciar la infinita sed espiritual que tiene; sino también, pueda dinamizar el curso de la historia. Ese mito es la revolución social. Es la esperanza de construir un mundo nuevo a través de la praxis revolucionaria.
''El proletariado tiene un mito: La revolución social. Hacia ese mito se mueve con una fe vehemente y activa. La burguesía niega; el proletariado afirma. La inteligencia burguesa se entretiene en una crítica racionalista de método, de la teoría, de la técnica de los revolucionarios. ¡Qué incomprensión! La fuerza de los revolucionarios no está en su ciencia; está en su fe, en su pasión, en su voluntad. Es una fuerza religiosa, mística, espiritual. Es la fuerza del Mito'' (1970: pág. 22)
A partir de esto, Mariátegui, siguiendo a Sorel afirma que ''[h]ace algún tiempo que se constata el carácter religioso, místico, metafísico del socialismo'' (1970: pág. 22).
En conclusión, cuando hablamos de metafísica, hablamos del mito; no de un mito cualquiera, sino, del mito del proletariado, un mito esencialmente revolucionario; un mito que cobra vida a través del fermento de un contexto de lucha álgida, en un ''ciclo romántico'', en sus ansias de remover este viejo orden para edificar uno nuevo. Nos dice en su artículo ''la lucha final'' que las masas ''no pueden prescindir de un mito, no pueden prescindir de una fe. No le es posible distinguir sutilmente su verdad de la verdad pretérita o futura. Para ella no existe sino la verdad. Verdad absoluta, única, eterna. Y, conforme a esta verdad, su lucha es, realmente, una lucha final''. La revolución bolchevique nos ejemplifica muy bien el arraigo de este mito. Y por este mismo cauce, el ''mito andino'' del que por ahí una vez escuché en boca de un confeso amante de su torre de marfil, mito que le atribuye a Mariátegui, no es más que una deformación y una parodia ridícula del mito revolucionario del proletariado.
2. La personificación del mito del proletariado.
Mariátegui en su artículo ''la imaginación y el progreso'' nos habla de las grandes personalidades. Nos dice que éstas se caracterizan por su impresionante genialidad; esta genialidad debido a su poderosa facultad imaginativa. La imaginación, no es, a juicio del Amauta, ''ilimitada e infinita'', sino que tiene sus confines; ella ''se encuentra condicionada por circunstancias de tiempo y espacio'' (1970: pág. 38). Poniéndonos el ejemplo de Bolívar nos dice que la ''suerte de la independencia del Perú ha dependido, por ende, en gran parte, de la aptitud imaginativa del Libertador'' (1970: pág. 37). El mérito de las grandes personalidades en la historia está en el haber vislumbrado ''una realidad potencial'', superior, imaginativa; el haber visto - y acá se le asemeja a estas personalidades con el águila - una realidad que ya ''estaba germinando, madurando en la entraña obscura de la historia'' (1970: pág. 38). El Amauta agrega que la genialidad prometeica de estas personalidades, expresada en sus ideales, ''necesita apoyarse sobre el interés concreto de una extensa y consiente capa social. El ideal no prospera sino cuando representa un vasto interés. Cuando adquiere en suma caracteres de utilidad y de comodidad. Cuando una clase social se convierte en instrumento de su realización'' (1970: pág. 38).
El proletariado, así como posee su mito, que es un mito revolucionario; posee también sus grandes personalidades, lo directores de la revolución. Pero no existe una dicotomía entre el mito revolucionario y el director de la revolución. El mito revolucionario se personifica en este último; el llamado ''culto a la personalidad'' que enarboló el revisionismo ‘’Jruschovita’, no es sino la encarnación del mito revolucionario del proletariado. Esto puede chocar a muchos, puede patear y abrir los portones del debate; pero advierto que es algo que tampoco está expreso con nitidez en los planteamientos del Amauta; no obstante, afirmo que si escarbamos en su pensamiento veremos en entrecortadas luces los contornos del arrecife de este postulado.
‘‘[U]na revolución - nos dice Mariátegui- es siempre la obra de una ''élite'', de un equipo, de una falange de hombres heroicos y superiores; ni en que, por consiguiente, el problema de la ''elite'', existe también como problema interno para el proletariado, con la diferencia de que éste en su lucha, en su ascensión, va templando y formando dentro de un ambiente místico y pasional, y con la sugestión de mitos vivos, sus cuadros directores. Históricamente, hay mucho más posibilidad de que el genio creador surja en el campo del socialismo que en el campo del capitalismo'' (1970: pág. 44, énfasis nuestro); este genio creador, que se cuaja y se constituye en el fuego revolucionario a lado de las grandes masas, en la atmosfera mística y agitada de un ''ciclo romántico'', no es otro sino la gran personalidad arriba mencionada.
''El Napoleón de la Europa de mañana, que impondrá el código de la sociedad nueva, saldrá de las filas del socialismo'' (1970: pág. 45).
Planteo que la personificación del mito del proletariado, es una manifestación propia de la subjetividad de las masas. El mito no es sino la esperanza, la imperiosa creencia de que es posible la construcción de un mundo nuevo, creencia, que como hemos dicho, está en íntima relación con la praxis. Pero esto no se queda ahí. Las masas son susceptibles a ver en la figura de un individuo la verdad absoluta de su redención. En estas individualidades ven la conquista de sus aspiraciones materiales y espirituales; en ellas, dentro de etapas revolucionarias, se materializan todos sus deseos. Esta es la dimensión religiosa, mesiánica de una revolución; y esto ha sido también el aspecto mítico de las revoluciones desencadenadas y dirigidas por el proletariado. Cuando hablamos de la revolución Bolchevique, hablamos necesariamente de la figura de Lenin. Es él quien ha dirigido ese proceso; es él quien encarnó, inicialmente, el mito revolucionario del proletariado y del pueblo ruso, y después del proletariado internacional y las grandes masas oprimidas de esta tierra. La Revolución China nos da un ejemplo mucha más nítido, precisamente en el proceso de la GRCPCh.
''Los chinos dicen que su líder les liberó de ''las 3 montañas: el feudalismo, el colonialismo y el imperialismo''. En estas circunstancias, recordando la ''Larga Marcha'', teniendo presente el espíritu de lucha, las enseñanzas, la integridad de este político que ha gobernado con ejemplos, la veneración que se siente por él es natural y explicable. Pero no es, ni mucho menos, un culto nacido por imposición o propaganda. Mao Tse-tung no es, para el pueblo chino, un emperador con poderes sobrenaturales. Es, al contrario, alguien que les habla de ellos mismos, que vive con la sobriedad y sencillez del pueblo y que, sobre todas las cosas, es profundamente chino y profundamente revolucionario. Para muchos chinos, Mao, la China nueva y el socialismo son sinónimos'' (CASTILLO 1976: pág. 36).
Clara Zetkin, en sus memorias del gran líder bolchevique dice:
''Sus ideas, -refiriéndose a Lenin- su voluntad resonaban en millones de hombres, dentro y fuera de las fronteras de la Rusia Soviética. Su criterio pesaba con fuerza decisiva en toda resolución de importancia dentro y fuera de este país y su nombre era símbolo de esperanza y de liberación donde quiera que hubiera explotados y oprimidos. ''El camarada Lenin nos lleva hacia el comunismo, y afrontaremos, por duro que sea, cuanto haya que afrontar'', declaraban los obreros rusos que, acariciando en su alma un reino ideal de humanidad suprema, corrían a los frentes, sufriendo hambre y frío o luchaban entre dificultades indecibles por la restauración de la industria. ''No hay que temer que vuelvan los señores y nos arrebaten las tierras. El padrecito Lenin y los soldados rojos nos salvarán'', exclamaban los campesinos. ''¡E viva Lenin!'' se leía en las paredes de más de una iglesia italiana, como grito entusiasta de admiración de algún proletario que saludaba en la revolución rusa la vanguardia de su propia emancipación'' (ZETKIN 1968: pág. 25).
Pero ahora volvamos a Mariátegui. En su artículo sobre Gandhi no dice:
''Cuenta un Periodista, cómo al retiro del Mahatma afluyen peregrinos de diversas razas y comarcas asiáticas. Gandhi recibe, sin ceremonias y sin protocolo, a todo el que llama a su puerta. Alrededor de su morada, viven centenares de hindúes felices de sentirse junto a él'' (1974: pág. 86).
Mariátegui constató que, pese a la vía errada que adopto Gandhi, la vía de la ''no cooperación''; vía que efectivamente sembraba grandes y falsas ilusiones al pueblo hindú, y que no obstante, gran parte del pueblo indostano, subyugado por el imperialismo británico, veía en la figura del Mahatma -''el más grande'', apelativo que se le dio a Gandhi-, el sendero que los conduciría a su liberación. El mito indostano aterrizaba ahora en el cuerpo oscuro y endeble del Mahatma.
En su artículo sobre el Lenin constata que la ''figura de Lenin está nimbada de leyenda, de mito y de fábula'' (1974: pág. 64); nos dice más adelante que ''quienes han asistido a asambleas, mítines, comicios, en los cuales ha hablado Lenin, cuentan la religiosidad, el fervor, la pasión que suscita el leader ruso. Cuando Lenin se alza para hablar, se suceden ovaciones febriles, espasmódicas, frenéticas. Las gentes vitorean, gritan, sollozan'' (1974: pág. 65).
Eh aquí el cómo se manifiesta la subjetividad de las masas.
En síntesis, plateo que el mito revolucionario se ''hace carne''; no es sencillamente la esperanza y la fe que siente el pueblo y su ligazón con la praxis revolucionaria; es también como el pueblo, en un proceso revolucionario, proyecta su mito en el director de la revolución. En Mariátegui, reitero, esto no es muy explícito. Sin embargo, él constata, en intermitentes pasajes, que este fenómeno subjetivo de las masas se manifiesta en periodos ''románticos''. Y más precisamente, en los periodos en que el proletariado coge a la fuerza el timonel de la historia para dirigirlo.